Nuevo Beato Juan Pablo II

03.05.2011 15:42

El pasado domingo, se celebró en Roma la solemne ceremonia de la beatificación de Juan Pablo II, personalidad carismática cuyo liderazgo le convirtió en un auténtico gigante de la historia. La multitud que se ha reunido en la Plaza de San Pedro es fiel reflejo del carácter universal de la Iglesia. Pero, al margen de su dimensión social y mediática, se trata ahora de reconocer, después de un proceso muy riguroso, las cualidades excepcionales del Papa Wojtyla en el terreno espiritual. Fue, en efecto, desde su juventud, un hombre entregado a su misión sacerdotal y luego episcopal. Como Papa, apeló a la conciliación de los católicos con un programa nada complaciente, ya que reclamaba valor y perseverancia para mantener las propias creencias. La defensa integral de la vida, el ecumenismo como parte del mensaje evangélico o la presencia activa de los cristianos en la vida pública forman parte de las señas de identidad de un pontificado a partir del cual la Iglesia nunca volverá a ser la misma.

La aclamación como «santo súbito» en las horas posteriores de su muerte ha tenido una respuesta equilibrada y efectiva por parte de Benedicto XVI. El procedimiento se ha desarrollado con celeridad pero con absoluto rigor en la exigencia de los requisitos necesarios para la beatificación, que —según pruebas concluyentes—, Juan Pablo II cumple con máxima calificación. El nuevo beato fue un Pontífice cuya ejemplaridad como ser humano se vio potenciada por su enorme capacidad para la comunicación. En el marco de una crisis general de valores, Juan Pablo II supo hablar a la conciencia del mundo y al sentimiento de las gentes de buena fe. Supo, sobre todo, predicar con el ejemplo como hombre entregado a la causa evangélica y al cumplimiento de su alta responsabilidad hasta el límite de sus fuerzas. Por eso, su vida y su obra fueron un modelo de valentía y una prueba de autenticidad frente al oportunismo y las ambiciones materiales. Católico significa universal. Por eso, el domingo en Roma se transmitió a todas las naciones un mensaje de amor a la Humanidad, a través de un Papa que fue —ante todo y sobre todo— un auténtico siervo de Cristo. De este modo, la beatificación reconoce la condición espiritual y religiosa del Papa sobre la cual se sustentaba su liderazgo al frente de la Iglesia universal y su capacidad para impulsar en el plano moral una auténtica revolución social y política en aquellos países que, como su Polonia natal, sufrieron durante largos años la opresión del totalitarismo.

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